Sin sombra no hay cuerpo
("Sombra de gato" de Rodolfo Serra)
-Yo tenía un nombre, una vida, un cuerpo- decía la sombra en el muro, -pero aquella mañana la perdí. Sé que es difícil de entender. ¿Perderla así nada más? Sí, la perdí como quien extravía una mano o el ojo derecho. Esa mañana perdí mi sombra.
La forma en la pared se desandaba como un reptil mudando de piel.
- Simplemente pasó. Me levanté. Me cepillé los dientes con la misma mirada soñolienta de siempre. Si acaso me fijé en las ojeras como dos gusanos enroscados y entonces, al girarme hacia la bañera, me di cuenta de que no la tenía. Ella, siempre ahí, atada a mi giro, ahora no estaba. Yo la recordaba como una extensión de mi cuerpo que se metía antes que yo a la regadera. Pero hoy no estaba, simplemente se quedó dormida o ese día no fue a trabajar. A mí aquello realmente no me molestó. A veces no tener sombra puede ser agradable. Sólo eres tú y tu osamenta. Pero nadie puede vivir sin su sombra. Eso lo sé. Tarde o temprano la extrañaría. Y me pasó. Se lo juro que me pasó en el autobús. Me sentí como un lunático. Las personas me abrían paso como a un leproso. Para mí no había hora, vivía un mediodía detenido, sin sombra a un lado. En el ascensor de la oficina fue más grave. Nadie me reconoció. ¡Soy yo... el mismo! Todo fue inútil. Era un perfecto desconocido, sin derecho a nombre, a historia o a saludo. Y me aterroricé. Porque estaba bien que no tuviera sombra, pero no tener vida era otra cosa.
Los cortos pasos de una danza sin música lanzaban a la mancha de un lado a otro del muro.
- Me reporté enfermo y regresé a mi hogar. Acaso haciendo el viaje inverso me tropezaría con mi sombra en alguna esquina, fumándose un cigarrito y esperando bajo el poste eléctrico columpioso. Mas no fue así. En un navegar de pasos sólidos, tacón, acera, tacón, acera, llegué a casa y cerré cortinas y persianas. Sin luz no habría sombra. Eso pensé en mi ignorancia y me tiré a dormir. Quizá mañana ella regresaría y se iría este dolor de cabeza que me atormentaba. Soñé entonces que mis zapatos se habían engullido la sombra. Como unos lobos de gamuza, el par de animales hambrientos la masticaban mientras ella, mansa y muda, se dejaba comer en un holocausto privado. Pero el horror aún no alcanzaba su mayor cota. Me desperté al día siguiente y al tratar de bajar de la cama noté que no tenía torso o piernas que mover, ni siquiera manos para ayudarme. Simplemente no era, aunque ella había vuelto. Sobre la sábana, lánguida y definida, estaba mi sombra como si nunca se hubiese ido. Lo trágico es que era sólo mi sombra y todos saben que una sombra que no sigue a nadie es una tragedia.
La silueta se irguió en el murallón y trató de lucir más digna.
- He caminado todo el día. Más bien reptado por las calles. A nadie parezco importarle. Sólo una mancha que deambula por los resquicios de las paredes. Me he vuelto mi propia sombra. Ya no conmuevo ni causo lástima. Las sombras no hacen eso. Así que sólo puedo esperar en este lugar a que pase algún cuerpo sin sombra para pegarme a él. Y usted amigo, ¿se ha vuelto tras sus pasos? ¿Está seguro de que a usted no le falta su sombra? Yo podría ser la silueta sujeta a los tacones de sus zapatos. Piénselo. Aprovécheme que estoy en oferta. Una sombra barata, sin uso. Una sombra deseosa de historia, de pasado, como su vida. No me deje a la indolencia de esta pared. Hágame la caridad. Adópteme. Soy su sombra… ¿sería usted mi cuerpo?
(Del libro Necrologías mínimas)
1 Comments:
Relato perturbador. De verdad a veces me he sentido una sombra. ¿Sería esa la idea del escritor? Sino la pegué al menos el cuento me afectó. Vainas de la literatura dicen.
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