Tres pequeños relatos ingleses
ELOI YAGÜE
Pequeño relato inglés (III)
—¡Oh, James! —exclamó—. No te creía capaz de semejante asquerosidad. Ya nunca más me traicionarás, pequeño bastardo.
Acto seguido, disparó un tiro sobre la humanidad del negro mayordomo, que murió recordando la visión del Caribe desde las montañas de Kingston.
De inmediato lord Lingdom se metió el cañón, aún humeante, en la boca y se disparó, dejando tras de sí un reguero de sesos estampado en la pared como un novedoso diseño de papel tapiz. La condesa salió del aposento desnuda y gritando (se notaba que era de temperamento latino), llegó corriendo a la caballeriza y se montó a pelo sobre el primer caballo que encontró, sin duda el más veloz de la cuadra, y galoparon sin tregua por la comarca, dando inicio así a una popular leyenda británica.
A las cinco en punto sonó un disparo en la mansión. El mayordomo entró al estudio con el servicio de té y un tiro en la frente. Mientras exhalaba una bocanada de humo de mi pipa de espuma de mar consideré conveniente borrarlo de mi lista de sospechosos.
Pequeño relato inglés (II)
Tras toda una vida soportando humillaciones tuve un único acto de rebeldía: esperé a que mi lord saliera de sus aposentos con su atuendo de caza y le disparé dos tiros con su propia escopeta, la misma que usaba para abatir zorros. Luego fui a entregarme a la comisaría del condado. El alguacil, tras escuchar mi declaración, apenas sonrió y me dijo que un mayordomo con tantos años de servicio a la aristocrática familia, sería incapaz de cometer un crimen como el que describía y que lo mejor que podía hacer era irme de inmediato a la taberna a trasegar una buena pinta de cerveza. En lugar de eso me fui a casa y preparé un té: soy algo delicado del estómago y nunca he soportado la cerveza.
Pequeño relato inglés (III)
Lord Lingdom supo que algo raro pasaba cuando el reloj del salón dio las cinco y James no apareció con el servicio de té. Fue a la sala de armas y cargó una escopeta de doble caño que nunca había usado, pues detestaba cazar, así como todos los deportes violentos. "Dos disparos serán suficientes", pensó mientras introducía los cartuchos. Luego, sigilosamente, subió las escaleras hasta sus aposentos. Sólo el péndulo del reloj se escuchaba en la enorme mansión. Lord Lingdom se detuvo frente a la puerta del aposento, la abrió suavemente con la mano izquierda y quedó paralizado por el espectáculo.
—¡Oh, James! —exclamó—. No te creía capaz de semejante asquerosidad. Ya nunca más me traicionarás, pequeño bastardo.
Acto seguido, disparó un tiro sobre la humanidad del negro mayordomo, que murió recordando la visión del Caribe desde las montañas de Kingston.
De inmediato lord Lingdom se metió el cañón, aún humeante, en la boca y se disparó, dejando tras de sí un reguero de sesos estampado en la pared como un novedoso diseño de papel tapiz. La condesa salió del aposento desnuda y gritando (se notaba que era de temperamento latino), llegó corriendo a la caballeriza y se montó a pelo sobre el primer caballo que encontró, sin duda el más veloz de la cuadra, y galoparon sin tregua por la comarca, dando inicio así a una popular leyenda británica.
(Del libro Balasombra)
1 Comments:
Muy buenos!!! Me hicieron mucha gracia... mejor dicho una moderada gracia.
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